Una buena escultura tiene que estar al aire libre; el sol, la lluvia, la nieve, incluso el cielo la favorecen.
En primer plano el singular cartel de Acumuer. Tras éste, apaciblemente pastando se encuentra una manada de yeguas con sus potrillos. Al fondo con su típica chimenea alto aragonesa la antigua casa consistorial, actualmente sencillo alberge de montañeros y peregrinos. Tras esta bajo el añil celeste irrumpe la poderosa torre de la Iglesia de la Asunción de origen románico.
Breve historia del valle de Acumuer
Bajo la cúpula celeste cubierto con una desgarrada túnica blanca aparece el imperecedero puerto de Acumuer. En otro tiempo este encantador rincón pirenaico perteneció a la jurisdicción del desaparecido cenobio de San Martín de Cercito. Este pequeño monasterio regiría todo el valle del río Aurín y sus aledaños desde el siglo IX hasta el siglo XV, dependiendo del monasterio de San Juan de la Peña.
Ocurriría un día hace más de 1.000 años.
El río Aurín, afluente del Gállego, nace en los circos, bajo las puntas del Águila y del Marañón, cerca del sorprendente ibón de Bucuesa, y recoge las aguas de toda la vertiente meridional de la serranía compuesta por las Peñas Telera, Blanca, Sémola y Retoña, que alzan sus nevadas cimas todas ellas por encima de los mil quinientos metros, liderando el conjunto pirenaico por la parte jacetana y serrablesa por el Pico de Collarada, con su inconfundible cima piramidal de 2.883 metros de altitud.
Como explicaba D. Santiago Broto Aparicio, el topónimo de la palabra Aurín, compuesta por el prefijo Au símbolo del oro, nos lleva a la época romana donde ya se conocía de la existencia en sus riberas de arenas y pepitas de este preciado metal; su cuenca superior se ha denominado siempre Val de Acumuer, hallándose en ella la ancestral villa que le da el nombre.
Históricamente esta probada la ocupación musulmana de la Galleguera donde existían dos castillos con guarnición cercanos al cauce del río Aurín, situados entre Senegüe y Acumuer dependientes del valiato árabe de walí de Huesca (WasKa. La presencia de estas fortalezas no tenia otro objeto que el de recaudar impuestos y el de controlar el trafico de grupos humanos. Aunque existen también teorías que afirman que los que se oponían al invasor conde carolingio Galindo Aznarez II no eran musulmanes, sino las comunidades ganaderas indígenas, montañeses, ganaderos de cultura y pautas sociales ancestrales que defendían sus tierras, sus valles y su “libertad” frente a todo invasor que imponía nuevos poderes monárquicos, señoriales y religiosos.
Cuenta la crónica que las pequeñas fortificaciones serían ferozmente asaltadas un día del año 920 en la campaña relámpago del Conde aragonés Galindo Aznarez II ( hijo del carolingio Aznar Galíndez) en la ambiciosa expansión del recién fundado condado aragonés. La batalla se llevó a cabo frente a las posiciones que guardaban la entrada del valle en Santa Cruz, a medio día de la aldea de Borrés y el tozal del Muro.
El narrador de la crónica recogida en el cartulario de San Juan de la Peña exagera la feroz ofensiva al describir las cristalinas aguas del río Aurín todas teñidas de rojo tras la fulminante embestida. Aunque talvez no se alejara mucho de la realidad, si imaginamos la brutalidad del sangriento asalto donde se cruzarían estrellándose en cuerpos y cabezas vigorosos garrotes rematados con pinchos de hierro y poderosas espadas de afilados aceros.
El hombre mediante el recuerdo vuelve sobre sí mismo.
Al fondo, sublime liderando todo el conjunto pirenaico se eleva como un volcán dormido el pico de Collarada que significa “Monte dorado. En primer termino en la falda de la montaña aparece la ancestral aldea de Acumuer.
Según escrito de D. Antonio Duran Gudiol, un día hace más de 1.000 años, en alguno de los siguientes al 920, el Conde Galindo Aznárez II recorriendo con sus varones los montes conquistados en el valle de Acumuer, un hermoso venado les salió al paso persiguiéndole con sus bravos jumentos y sin poder llegar a darle alcance llegaron a un mágico paraje envuelto en una silenciosa aura de serenidad, bajo la sombría quietud de viejos árboles que tenían parte de sus raíces al descubierto acariciando con sus poderosas ramas los esplendorosos bojes que les rodeaban.
El Conde y sus caballeros distinguirían entre la espesura un pequeño eremitorio, escondido entre la maleza; movidos por la curiosidad desenvainarían sus espadas, cortando los arbustos y ramas que impedían la entrada y una vez pudieron penetrar en su interior hallaron sorprendidos una rústica lápida grabada a golpe de buril que decía así: esta es la casa de Santa Columba y de San Martín y de San Pedro.
Conmovido el conde, que interpretaría el fortuito hallazgo como una señal divina, dispuso que se construyera en aquel misterioso enclave el monasterio de San Martín de Cercito, en él vivirían hermanos con el fin de servir a Dios día y noche cristianizando a los aborígenes de las inmediaciones. Gentes rarísimas, posiblemente descendientes de atávicas tribus que poblarían los pirineos desde tiempos prehistóricos conocidos por las fuentes escritas de la época como vascones, vestían pieles y calzaban abarcas de cuero, vivían con sus hembras y prole en chozas con paredes trabadas de ramas revestidas de barro con techos elaborados de paja y caña. Sin ninguna clase de condiciones higiénicas y con una precaria alimentación, siendo pasto continuo de enfermedades, solían morir muy jóvenes.
El hambre era su principal preocupación. Las cosechas resultaban escasas y los rendimientos de la tierra muy pobres. Una sequía, una inundación o una granizada amedrentaban las ya de por si precarias colectas pareciendo la ruina, la escasez y la hambruna.
Los clérigos, mediante la cristianización, instruirían a las infortunadas gentes atrayéndolos con métodos de cultivo más eficaces, ayudando así a estabilizar los territorios; a cambio se aprovechaban de ellos asignándoles diezmos y tributos para hacerse con grandes patrimonios, hasta el punto que la Iglesia y los señores se valían de los más débiles e ignorantes, convirtiéndose a lo largo deltiempo en los principales propietarios de tierras y bienes.
LA SINGULAR VIRGEN DEL PUEYO DE ACUMUER.
En primer plano aparece la Virgen del Pueyo de Acumuer. En su mano derecha, según los expertos ortodoxos sujeta una granada.
La granada simboliza en la religión judeo cristiana el amor, la fertilidad, la exuberancia de la vida, la abundancia y la riqueza.
En la imagen aparece en primer plano de perfil la talla románica de la Virgen del Pueyo de nuestra señora de Acumuer. Esta antigua escultura policromada, elaborada rústicamente a partir de un vulgar tarugo de madera de pino, se situa centre la primera mitad del siglo XIII. Resultando ser uno de los vestigios más antiguos y sugestivos que se conservan de la remota cristianización del valle de Acumuer.
La talla actualmente se puede contemplar en el Museo Diocesano de Jaca; tal como aparece en la imagen, despojada sorprendentemente de su característica peana original que la acompañaría desde su creación hace mas de 800 años hasta la fecha de su ultima restauración, en el año 1989.